“Ese precioso y necesario don del sentido común, que
es el menos común de los sentidos”
Ramón Gómez de la Serna
Esta experiencia que les contaré
es totalmente real, aunque debo de confesar que en algún momento de la historia
pensé que era una broma.
Comenzó la semana y con ella
algunas actividades escolares, el tráfico se notó más denso en las hora pico. Transcurrió
el día, como cualquier otro, entre actividades habituales y una que otra
experiencia instantánea compartida en las redes sociales. De regreso a casa,
siempre elijo aquellas rutas donde están más desahogadas, no me agrada toparme
con pilotos de carreras, camioneros fumados o taxistas imprudentes, aparte si
sumamos las altas temperaturas, se aceleraran aún más los ánimos por correr.
Algunos de estos automovilistas prácticamente devoran el asfalto sin respetar
los reglamentos de vialidad, aunque creo que la mayoría no se toma la molestia
de leer esta clase de documentos.
Ese día transitaba por la av. Juárez
de poniente a oriente, pensaba tomar mi primera ruta alterna antes de llegar a
la av. Siglo de Torreón. El verde se encendió y avanzamos lentamente, hacia un
cuello de botella provocado por algunos franeleros que auxiliaban automovilistas
a salir del estacionamiento. No se hizo esperar la “rechifla” y los “diez de
mayo” de los claxons. Desesperados querían pasar, sabrá Dios que tantos
pendientes tendrían en sus casas o simplemente urgía llegar a refugiarse del calorón.
De pronto un taxista invade mi carril obstruyendo mi distancia entre los autos.
Persistía la lentitud de la ruedas. Mientras que espejeaba para tomar mi ruta
alterna, el chofer del taxi frena bruscamente, debido a que, otro franelero hacia
sus maniobras. Volví mi mirada al frente y fue demasiado tarde, lo tenía muy cerca, le di el clásico besito. El chofer se baja a revisar su
unidad, me voltea a ver mientras que yo le ofrecía una disculpa para poder
reanudar nuestro recorrido. Le comente que no había pasado nada. Me respondió -
“claro que pasó bájate a ver”, en ese momento dude de mi percepción del golpe,
esperaba ver algo aparatoso, o por lo menos alguna notable abolladura. Baje del
coche, para ser testigo de mi “imprudencia”, y me encontré con… ¡NADA! A simple
viste no podía ver cuál era la inconformidad del taxista, hasta que él mismo
con su dedo índice me muestra una pequeña abolladura hecha por el tornillo de
mi porta placa delantera. Aquí no ha pasado nada mi amigo, le comenté. Él se rehusó
a aceptar el “no pasó nada”. Llamo al patrón, al dueño del taxi, para que
decidiera que hacer.
En realidad no daba crédito a lo
que estaba pasando. En esos casos de confusión, trato de ponerme en los zapatos
de los demás, para tratar de entender su realidad. Fue inútil. Aparte, el taxi
llevaba a una señora de la tercera edad, me acerque y le pedí disculpas por interrumpir
su viaje, amablemente ella sonrió y me dijo que no me preocupara. Mientras
tanto, el chofer hablaba por radio. Los testigos y los automovilistas que transitaban
por ahí, le gritaban al chofer algunas frases no muy gratas: ¡muévete! ¡No tiene
nada! ¡No seas mam%$#! entre otros. Incluso un franelero me dijo que me fuera,
que lo dejara ahí. No hice caso, quería arreglarlo y que las partes afectadas
estuvieran conformes. En ese momento, decidí a disfrutar la experiencia. Esperaría
paciente a los oficiales de vialidad, peritos y por supuesto, al patrón. Abordé
mi auto para estacionarlo en el camellón central y no obstruir más la vialidad.
De pronto, el chofer corre hacia mí, para detenerme mientras que anotaba las
placas de mi auto. Baje el vidrio y le dije que solo lo iba a estacionarlo a
lado. ¡No lo muevas! Me dice enérgicamente. Hice caso omiso, invitándolo a que él también lo estacionara.
No lo hizo al momento, pero al ver su coche “desnudo” en ese carril, se vio obligado a moverlo para
liberar el tráfico.
Paso el tiempo, llegaron varios
taxistas para hacer bola, y todos le preguntaban que donde estaba el golpe, “es
algo leve” – les decía; mientras que les señalaba en la parte trasera de su
unidad. Sentando en el cofre de mi coche, admiraba con asombro y picardía la
historia que ahí se estaba cocinando con los fuertes rayos del sol. Uno a uno
los taxistas que llegaban a “auxiliar” a su compañero, se iban. No estaban
dispuestos a perder su tiempo, supuse. Se acerca el chofer y me dice: “comprende
no es mi carro todo tengo que reportarlo”. El señor ya mostraba algunas canas,
yo le calculo unos 58 años de edad. No se
apure, haga lo que tenga que hacer, pero
dígame donde están las cámaras, porque en realidad no puedo creer lo que está
pasando por el golpe de un tornillo - le
comenté. ¡Cuales cámaras! No es una broma, con eso no juegue jovencito – me dijo.
Favor que me hace, al decirme “jovencito”, pensé. Se retira y se sube a su
unidad, mostrando desesperación porque no llegaba su patrón. Incluso, pasaron oficiales
de vialidad y no llegaron al lugar, en
realidad no lo hicieron porque no había indicios que algo había pasado.
¡Por fin llego el patrón! Amablemente
nos presentamos, le platique lo ocurrido, no le dije lo del golpe porque quería
ver su reacción al buscarlo. ¿Dónde te golpeo?- Le pregunta a su empleado. Atrás
señor – responde. ¿Dónde? ¿En qué parte? no lo veo, francisco – le reitera el patrón.
Y nuevamente, con su dedo índice le señala el lugar donde quedó plasmado la
cabeza de mi triste tornillo. El patrón lo mira incrédulo, se voltea conmigo y
me dice, “aquí no ha pasado nada, todo está bien”. Lo separa de mí y alcanzo a oír que regaña al
chofer, diciéndole que ya tenía más de 6 años trabajando en la empresa, que no podía
hacer esa clase de llamadas, para esa tipo de situaciones. Me acerco a ellos, interrumpiéndolos,
para despedirme del chofer, diciéndole que lo sentía por haber perdido su viaje
y su tiempo.
Muchas situaciones de estas se pueden
evitar, si utilizamos nuestro sentido común,
ahorrándonos malos entendidos, disputas, errores de omisión, tiempo, dinero,
etc. Pero ¿Qué es el sentido común? Algunos lo definen como, la facultad que posee la generalidad de las
personas, para juzgar razonablemente las cosas. Tomemos el ejemplo del niño
indígena que fue humillado por un funcionario, al tirarle sus dulces al piso.
Creo que fue una cadena de sucesos que pudieron evitarse; el funcionario quería
aplicar la ley a los vendedores ambulantes que aún no pagaban su permiso. Era
obvio que el indígena era un menor de edad y en extrema pobreza. El funcionario
no tenía más remedio que aplicar la ley dentro de su percepción, fue tanta su
frustración por la escena, que el mismo fabricó, que opto por darle un castigo
al menor, tirándole los dulces y llevándose
los cigarros. Más tarde pagaría las consecuencias de sus actos.
Imagen original tomada en el lugar de los hechos |
Sam, me encantó! Lograste capturar mi atención desde el título jaja.
ResponderEliminarTe comento una experiencia con motivo precisamente de "guardar distancia". En carretera, Saltillo-Torreón, cerca del ejido "El Sol" a unos 40kms de llegar a la Cuchilla, hubo un accidente precisamente por esto, fue "Por alcance" 3 trailers se vieron afectados, un poco. Es lamentable pero, se quemaron, quedaron en cenizas, cuando pase por ahí, después de 1 hora de estar parados en carretera nosotros y cientos más, me toco ver "El esqueleto" de los trailers, se dice que los choferes escaparon, pero... a donde? se presume murieron calcinados. A lo que voy, es que vemos en este artículo, los extremos de la imprudencia. Uno donde gracias a Dios, no pasó a mayores y el otro donde fue fatal el resultado. Nada como ir con calma, la prisa lo único que ocasiona es en algunos casos, pérdida de tiempo. Hay que manejar con cuidado siempre y claro, tener por lógica una buena distancia.
;)
Saludos!!
Que lamentable que hayas visto ese accidente, pero te sirvio de experiencia para reforzar la idea de "tomar distancia". :)
Eliminar