Quiero contarles este relato que
en lo particular me marco bastante y me hizo reflexionar. A veces nos pasaran cosas que muchas de las
veces no encontraremos la moraleja o para otros “el llamado mensaje divino” que
las circunstancia traen consigo. Está en particular, no pudo ser más clara. La historia comienza cuando regreso a casa
por la noche. Disfruto de manejar en carretera. Sin semáforos y con las
ventanas abiertas. La frescura paulatinamente se hace presente al llegar a la
orilla de Torreón debido a los sembradíos que aún sobreviven.
En un tramo de la carretera había
una construcción de un reductor de velocidad, típicamente llamados “bordos”.
Estos se encontraban en ambas direcciones de la carretera Torreón-matamoros, justamente
enfrente del campo militar. Lamentablemente aun estas medidas se tienen que
aplicar por no respetar los límites de velocidad. Seguimos sin progresar en
cultura vial. Esa noche, viajaba con mi familia, y ambos tramos de la carretera
estaban semi-bloqueados por muros de contención de concreto. Puesto que aún no
terminaban la obra. Advertí a mi esposa del peligro en que se enfrentaban los
automovilistas. No había demasiada luz en la carretera debido a algunos
arbotantes apagados y no había ninguna especie de alerta luminosa en la
construcción. Mínimo un bote con estopa y aceite encendido. Me preocupaba lo
duro del choque contra el concreto de aquellas mini-murallas. Auguraba un
percance. “Dios quiera y no pase nada”- pensé.
Al día siguiente por la mañana,
pasamos nuevamente por la construcción. Me llamo la atención las marcas de las
llantas en el asfalto. Eran de frenados bruscos. Los muros de contención
estaban movidos y descarapelados. Era evidente, algún cristiano había tenido un
accidente. Llegue al trabajo y relate lo sucedido, como esperando que alguno de
mis compañeros hubiera sabido algo. Incluso me puse a buscar en twitter, a ver
si había alguna noticia relacionada. Pero no obtuve resultados. Pasaron los días,
no recuerdo si fue un poco más de una semana. Llegue a la casa de mi madre, y
nuevamente platique lo sucedido. En realidad no sé qué buscaba, tal vez me sentía
cómplice de aquel accidente. De pronto mi sobrino se mete a la plática,
diciendo que el hermano de un amigo de su papa (mi hermano) había tenido un
accidente, precisamente en ese tramo, PRECISAMENTE de aquella noche. Me quede
helado, rápidamente pregunte el estado de salud del accidentado. Seguía con
vida, sin embargo se dañó buena parte de su cara debido al fuerte golpe contra
aquel muro de contención. Me comento mi sobrino.
Ese día me sentía un poco
culpable, tal vez porque no hice nada por evitar un o varios accidentes. En
silencio seguí mi camino. Me pregunto ¿cuántos automovilistas habrán pasado por
esa misma construcción percatándose de aquella negligencia? ¿Cuántos de ellos hizo algo por evitar un accidente? No lo
sé. De lo que estoy consiente es que todos somos cómplices. Cada vez perdemos más valores. Se no has
olvidado que en el mundo vivimos todos. Por lo tanto, somos una gran familia. Vivimos
tan presionados, abrumados hundidos en el egocentrismo. No estamos dispuestos a
ayudar al prójimo. A detenernos en el camino, y entre varios mover aquel mortal
muro de contención, o tal vez encender un bote con estopa y aceite en señal de
advertencia. Más cómodo aun, una llamada al 066 alertando a protección civil.
Hoy que lo pienso y lo viví. La siguiente vez no será igual. Hare algo por
evitarlo. Tal vez el resultado sea el mismo, pero me quedara el sabor de haber
cumplido como ser humano.
«El mundo no está en peligro por las malas personas, sino por aquellas
que permiten la maldad» Albert Einstein
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