Tal vez te sonara familiar esta
historia. ¿Cuántos de nosotros luchamos por cambiar una situación que no está
en nuestras manos? O mucho peor, ¿cambiar la actitud de las personas?. Creemos
saber lo que debemos hacer. El terreno suele ser peligroso. Pero asumimos las
consecuencias. Lo intentamos y fracasamos. “Tal vez no lo entregue todo”-
pensamos. Y volvemos intentarlo pero con el mismo resultado. No entendemos el
por qué no cambia nuestra “suerte”. En ese momento, se rompe toda esperanza, la
fe se ve corrompida por la fuerza oscura (no hablo de las guerras de las galaxias)
oscura porque nos ciega, el miedo nos abruma y la incertidumbre nos carcome.
Pasará el tiempo, y cada mañana
nos acordaremos de ese “algo” que hay que cambiar. Lo intentaremos nuevamente
una y otra vez. Sin embargo al caer la noche, todo volverá a la normalidad. El
efecto es momentáneo. Nuestro equilibrio se verá afectado en parte al “pensar” en
el cómo realizar aquella GRAN hazaña. Más
allá de un asombroso escape, como lo hacía Jaudini o escalar la cúspide del Everest
sin cuerdas. O escribir este artículo sin ir al baño (bromeo). En fin, nuestra misión
la idealizamos aún más grande. Enfocamos
todas nuestras energías en salir de aquel profundo pantano y dar la vuelta al mundo. Lucharemos
incansablemente por lograrlo. Cueste lo que nos cueste. Tal vez eso sea carácter con una mezcla de egocentrismo.
Una buena receta para obtener lo que llamamos un testarud@.
Sin embargo, al pasar de los días
comenzamos a impacientarnos. Las cosas que imaginamos no tienen aquel color. La
frustración nos enreda, la desesperación nos adormece, nos hace seres
irracionales. Comienzan nuevamente los problemas. El ciclo se cumple. ¡El principio ha llegado!.
Pataleamos, empujamos, lloramos descargando nuestra adrenalina en todo aquel
que se nos ponga enfrente, que por cierto, no tienen nada que ver en el “como” percibimos
nuestro mundo. Nos volvemos estúpidos.
Como animales enjaulados. Esperanza en cautiverio. En algunos casos pensamos en mamá y papá
creyendo que ellos resolverán nuestras problemas. O por lo menos, nos darán cobijo.
Como el niño que tiene miedo a la oscuridad. Que por cierto, no teme a la
oscuridad sino a lo que no puede ver a su alrededor. Siente que lo acecha
alguna clase de criatura maligna. Un monstruo.
Solo queda esperar que la crisis cese.
Respirar y respirar. Volver a reflexionar en lo sucedido. Eligiendo otro
camino. Una nueva actitud. Después de tantos empujones, tal vez entendamos, que
el esfuerzo que deberíamos hacer es desde afuera hacia dentro. No tenemos
que empujar para abrir nuestro corazón. Aunque parezca redundante, aquel letrero
colgado en la puerta de un mini-súper, con la leyenda “JALE hacia dentro” era como un golpe a
nuestra conciencia. Pues aunque leamos JALE solemos EMPUJAR. Deja de ser como aquel ladrón estúpido que no supo abrir la puerta. Cambia tu actitud con pasión y convicción. Tal vez mañana,
el mundo amanezca MEJOR.
¡Que la fuerza te acompañe! (y ahora
si hablo de las guerras de las galaxias). J
Gráficamente seria algo así.
Mejor no pudiste explicar. Genial! :)
ResponderEliminarExcelente reflexión, pues muchas de las veces nuestra propia actitud nos puede llevar hacia una vida más feliz.
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