Hace casi dos años navegando en la Internet, buscaba en la página de YouTube algún documental para pasar el rato. Encontré muchos, sobre arquitectura, la primera guerra mundial, tecnologías y abundaban los temas de ovnis y de religiones. Alguno de ellos ya los había visto. No encontraba alguno que me robara la atención. En ese momento vi una imagen de un pequeño niño que tenía una deformación en su rostro. Cautivado por el morbo abrí el enlace para descubrir el título del documental. Se trataba de Chernóbyl y la explosión de su reactor nuclear en la ciudad de Prípiat, Ucrania. En aquel momento desconocía el tema. Decidí adentrarme en el mismo.
Así comenzó la primera parte del documental, relatando como sucedió aquel accidente en el año 1986 donde una explosión de un reactor nuclear destruía el techo y paredes de la planta, liberando a la atmósfera 200 veces más radiación que las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. En la explosión murieron 31 personas. Me asombraba el poder de la radioactividad que cubría la pequeña ciudad de Prípiat. Según cálculos de expertos ucranianos, la avería de Chernóbyl ha cobrado más de 100 mil vidas en Ucrania, Rusia y Bielorrusia, cifra que organizaciones ecologistas, como Greenpeace, elevan hasta 200 mil. En diferentes partes del documental se hacía énfasis a la amenaza invisible que azoraba a los pobladores de Prípiat cual era intensificada por la desinformación y censura del gobierno. Cuando este ya no pudo mantener el silencio, debido a las presiones internacionales, comenzaron la evacuación de los 55,000 pobladores de aquella ciudad.
En la última parte del documental, describían los estragos de la explosión nuclear. Era tanto mi asombro que a pesar de haber pasado más de 20 años continuaba aquel fantasma turbando las vidas de aquellas desafortunadas personas. Enfermedades como cáncer de tiroides, leucemias, debilitamiento del sistema inmunológico y mal formaciones son algunos los brotes que a la fecha estamos expuestos. Todo el mundo está contaminado en diferentes formas y medidas. Nada ni nadie está exento.
Al final vino a mi mente el “gracias a Dios que eso ya paso”, bueno por lo menos lo más grave. A decir verdad, tienen que pasar años e incluso millones de años para que algunos elementos radiactivos se disipen. Me intereso tanto el tema que decidí bajarlo y convertirlo en DVD, el cual compartí con mi familia y amigos. Cada vez que había oportunidad lo reproducía. Las personas me hacían comentarios como “es increíble todo lo que puede hacer la radiación”, “pobres niños”, “espero que no vuelva a pasar algo así”. Consideraba que el estar informados era la mejor herramienta para enfrentar las consecuencias ante cualquier catástrofe. Pensaba que lo sucedido en Chernóbyl, la lección había sido aprendida y no habría cabida para errores. Sin embargo, en marzo de 2011 sucede una explosión en la planta nuclear de Fukushima en Japón y me hizo recordar aquellas imágenes de sufrimiento que a lo largo de los años continúan presentes. Japón unos de los lideres tecnológicos había tenido un error, donde un terremoto de 8.9 grados Richter colapso no solo un reactor nuclear sino ¡cuatro!. Oportunamente evacuaron a las personas y las mantienen informadas de cualquier evento que pudiera ocurrir. Ya han pasado casi dos meses de la catástrofe nuclear y no tienen fecha exacta para controlar la situación. Mientras que la nube radioactiva ya ha llegado a nuestro continente.
Afortunadamente estamos “lejos” de la zona cero y contamos con nuevas tecnologías. Estamos más informados y oportunamente enterados. Ahora Chernóbyl ha vuelto después de 25 años, como un fantasma que exige su liberación al más allá. En infinidad de noticieros y programas de TV recuerdan aquella catástrofe nuclear en la ciudad de Prípiat motivados por lo sucedido en Fukushima. ¿Cuantos miles o millones años entenderemos la lección? ¿Somos capaces de asegurar íntegramente las plantas nucleares? ¿Cuántas vidas más sacrificaremos?. No seamos presa del monstruo invisible. La información es la mejor forma de prevención.
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