“La resurrección hace que mi vida cobre sentido. Me da un norte y la oportunidad de empezar de nuevo, cualesquiera que sean las circunstancias en que me halle.”
Robert Flatt
Es increíble cuando veo llegar la semana santa. Siento como si los años pasaran volando. Aún recuerdo las primeras historias que me contaba mi madre. Veíamos en familia aquellas películas de “Diosito” como le decían. Toda la semana la trasmitían, hasta la fecha, por televisión abierta. Por las noches, nos quedábamos emocionados por los capítulos que día a día continuaban, hasta llegar a la resurrección de nuestro Salvador. Cenando y compartiendo en familia, mientras que nuestros padres explicaba y comentaban alguna escena de las películas. Era una semana donde mis hermanos se acercaban como una especie de receso espiritual. La armonía podía sentirse. Ojala que nunca desaparezcan esas películas o algún día serán conseguidas solo por PPV (pago por evento).
El luto en las calles se podía percibir. Las personas esperaban el día de resurrección para poder celebrar la gloria del señor, que generación tras generación nos había trasmitido. Una cantidad considerable de valores fueron “inyectados” a nuestras vidas. Puertas abiertas teníamos en casa. No habría temor alguno, era un tiempo de paz y reflexión. Las secuelas de estas perduraban después de la semana. La sensación era increíble. El respeto a las costumbres y tradiciones era una fortaleza en nuestra sociedad, en nuestras familias. Incluso hasta los catrines y mariguanos como le nombran en nuestros barrios, apacibles y transformados se veían. Y sin exagerar, esa semana los índices delictivos bajaban. La mayoría de la humanidad ha perdido lo único que nos hace ser libres, “la fe”. Esperanza eterna.
Hoy en día escasean estos sentimientos. Las creencias se han transformado. Y las nuevas generaciones no tienen arraigados estos nobles valores. Para muchos la Semana Santa siempre será un receso de actividades laborales y estudiantiles, donde la recreación y el gozo será la única prioridad que buscaremos. ¿Cuantos de nosotros realmente nos hemos detenido a observar nuestro pasado, nuestro entorno mismo, nuestra procedencia? Y descubrir que existen fuerzas más allá de nuestro entendimiento. Y qué decir de la mayoría jóvenes que no saben orar. Ni si quiera el “Padre Nuestro”. La relación que pudieran tener con nuestro creador es prácticamente nula. La tecnología los ha absorbido y adormilado perdiéndolos entre temas de guerra, prostitución, desempleo y violencia. Son pocos los temas de esperanza y amor entre el facebook y twitter. Regreso al pasado y veo la lucha de nuestros padres, algunos muy conservadores de leyes, algunos flexibles y otros tantos fanáticos, mantenían ese equilibrio. La semana santa era para respetarse y reflexionar. Convencido estábamos muchos. No hablo de volverse unos santos, ni hablo tampoco de ir a la iglesia toda la semana, de abstenerse de salir de vacaciones, de sentirse frustrado o más aun, de golpear fuertemente tu pecho, sino de recapacitar y meditar que el amor de Dios es tan grande, más grande que todo aquel mal que pudiera acumular el mundo entero. Donde las fronteras de las religiones no tienen muros. Donde los hombres sean realmente hombres de bien. Donde antes de dormir encomendemos a nuestros seres queridos y enemigos. Y al despertar el primer pensamiento sea para él. Donde al realizar un donativo monetario, depositemos una oración, es más poderosa que el dinero mismo. En fin muchos ejemplos vienen a mi mente. Sin lugar a dudas en mi Semana Santa representa el perdón, el compartir el mensaje, la reflexión, la muerte de los malos hábitos, la renovación, la aceptación de un nuevo amanecer… es el amor por la vida eterna.
Tal vez si aplicáramos un solo día en reflexionar en ello, transformaría nuestra semana, y más aún, cambiaría nuestros 356 días, ¿acaso podría haber una año santo en nuestras vidas, que cambiaría realmente nuestra manera de vivir, cambiando nuestro mundo por completo?. Suena radical. Pero creo que es posible. ¿Y tú?.
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